Los imponentes cerros, el cielo amplio, el aire fresco en la cara, el silencio. Todo invita a desenchufarse del ruido y la rutina, y a conectarse con uno mismo. Sí, eso que resulta tan difícil cuando el vértigo manda. Sí, eso que hace tanta falta para olvidar problemas, sinsabores y deberes.
Se podría decir que el valle es spiritual friendly: cada barrio tiene una capilla donde se pueda rezar y los cerros están salpicados de apachetas que honran a la Pachamama. No es extraño encontrar a un turista o un lugareño con la mirada perdida en el horizonte. La paz envuelve con facilidad e induce a la meditación. ¿Por qué no explorarla?
San Antonio
Las misas en la capilla de San Antonio de Padua ocurren una sola vez al mes. El lunes, Olga Marta Vallejo aseaba el templo para la ceremonia que el padre Daniel Carrizo iba a dar a las 18. “Mi madre levantó la capilla en 1982; como está muy grande para hacerse cargo, venimos nosotras”, dice y señala a sus colaboradoras: Fátima Mamaní y Belén Medina, nietas de la fundadora Rosa Vallejo. La capilla ubicada en la Costa 1 permanece cerrada, pero sus cuidadoras la abren gustosas. “También vienen turistas”, expresa la mujer.
La casa dedicada a San Antonio de Padua nació casi por accidente. Rosa Vallejo era muy creyente. El padre Hugo Lamaison, que solía dar misa en su hogar, le sugirió hacer una gruta. Ella no lo dudó: con el tiempo y el apoyo de los vecinos, el proyecto creció hasta transformarse en la capilla pintoresca que hoy recibe al público.
Las ofrendas funcionan
A la vera de la ruta 307 vive el cacique Santos Pastrana. Una apacheta con plantas da la bienvenida a los visitantes. “Está así de verde por las ofrendas que recibió”, explica. El cacique supervisa las ceremonias del solsticio de verano (21 de diciembre) y del equinoccio (21 de marzo). En estos rituales, que se realizan en distintas partes del valle, nunca faltan los turistas. “Queremos conservar las tradiciones y que más gente se sume”, dice el cacique, y agrega que siempre trata de compartir el significado y la importancia de estas ceremonias con los visitantes. “Los extranjeros son los más respetuosos. Les llama la atención y quieren aprender”, asegura.
En la subida del cerro El Pelao están las minas de cuarzo, mineral que en la zona llaman “piedras blancas”. Tras trepar un poco, se llega al círculo sagrado que encierra una apacheta en el centro. “Aquí nos armonizamos y absorbemos energía. La sensación es espectacular”, describe Pastrana.
Pero para experimentar esa paz no hace falta participar de un ritual religioso. El valle ofrece cientos de lugares propicios para la reflexión. A solas y en grupo, lo que importa es poner la mente en blanco; oír el silencio y los sonidos de la creación, y agradecer el espectáculo.